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domingo, 6 de junio de 2010

El Reencuentro



“... amores que matan, nunca mueren”
Joaquín Sabina


No pudo descansar en toda la noche, escuchó cada sonido de la ciudad, sirenas, gritos de hombres que volvían de una juerga, frenadas de autos que corrían osadamente. De repente los pájaros y sus trinos anunciaron la llegada del nuevo día. Un rayo de luz entró por la ventana y dibujó sobre la pared formas extrañas, a las que ella estaba acostumbrada. Disfrutaba imaginando personas o situaciones en esa proyección de claridad. Tal vez ella, tal vez él, quizá ambos amándose nuevamente.
Irguió su cuerpo para liberarlo de las garras de su lecho, envolvió su humanidad desnuda en una bata tan suave como las manos de quien alguna vez recorrió cada milímetro de su piel, cada lugar más recóndito, esos sitios a los que arriban solamente los verdaderos arquitectos del amor.
Caminó, se detuvo frente al espejo, un río de incertidumbre corría por sus venas, dejó caer la bata, y durante unos minutos, quien sabe cuantos, admiró su figura. Sus pechos turgentes, su afinada cintura daba paso a voluptuosas caderas, que remataban en dos preciosas piernas, largas refinadas, cuya piel poseía la textura del terciopelo.
Se dirigió al baño, sólo pensaba en el encuentro que estaba a punto de hacerse realidad. Llenó la bañera con agua tibia, introdujo aceites y espumas especiales para que su cuerpo derramara a su paso el aroma de la feminidad.
Estuvo allí como envuelta en un sueño un largo tiempo, fabulaba con aquel encuentro, estaba segura que era lo que deseaba desde la última vez que lo vio, su corazón se le escapaba del pecho de solo pensar que poco tiempo y distancia la separaban de él .
Salió del agua, untó su cuerpo con cremas especiales, seleccionó la mejor lencería, de encaje blanco, con ligueros, un precioso vestido negro, con detalles de piedras bordadas, que dibujaba su cuerpo como el de una sirena. Calzó sus pies en zapatos altos, de tacos elegantes, recogió su cabello, colocó en su cuello un camafeo que alguna vez recibiera como regalo de aniversario de su amado, con el que por fin volvería a encontrarse.
Maquilló suavemente su piel, esa piel que añoraba caricias, que latía al ritmo de recuerdos de noches de pasión, de amaneceres lascivos, de verdaderas festividades de los cuerpos.
Tomó su cartera, introdujo en ella un paquete, tal vez un regalo, dejó sobre el mueble de la entrada un sobre sin ningún destinatario, se perfumó y por fin salió a la calle.
Mientras caminaba hacia el lugar la cita, su mente transmitía imágenes del pasado, los veranos en la playa, los sueños de una familia, los secretos de una pasión desenfrenada, la infidelidad, el volver a perdonar, a creer, el sufrimiento, la traición.
Llegó al lugar, él ya estaba esperándola, se sentó con el donaire de una verdadera dama. Comenzó a hablar en voz alta, sin permitir que él responda, le reprochó su infidelidad, le recriminó la consecuencia de la misma, lo insultó. Él solo le devolvía silencio. Ella entre lágrimas le confesó que sintió morirse cuando se enteró que él se había enfermado de SIDA, que no pudo perdonarlo, que sentía un que odio insoportable se apoderó de su ser, por ese motivo le dijo adiós dejándolo solo, pero que nunca había podido olvidarlo. Le pedía explicaciones, le confesaba que sintió que su valor como mujer y amante se había destruido al enterarse que buscó en otras mujeres cosas que ella nunca le había negado y que habían disfrutado juntos, con esa complicidad que los hacía ajenos al mundo de los humanos.
Con sus manos temblorosas, abrió su cartera y sacó el paquete, mirándolo le dijo, hoy es nuestro aniversario, esté es mi regalo, abrió su boca y luego el silencio.


Días después el cuidador del cementerio, encontró a una extraña dama, abrazada a la tumba de su esposo, muerta por envenenamiento. En la casa, alguien abrió la carta, en ella se leía que el contagio de sida se había producido por una transfusión de sangre.
Ella lo sabía, no pudo soportar su desentendimiento, pero ahora en su rostro, se adivinaba un estado de paz, y en sus manos apretaba una foto de una boda feliz.
Juntos recorrieron la eternidad, y en la lápida una frase escrita quien sabe por que manos resumiendo la historia “amores que matan nunca mueren”




1) “amores que matan nunca mueren” Joaquín Sabina

Autora: Valeria Vergara

4 comentarios:

  1. ... no me sabía capaz de leer conteniendo la respiración. Un relato corto, diseñado para hacerte atravesar todas las emociones. he disfrutado mucho leyéndote Valeria!!

    La foto completa el tándem de forma maravillosa.

    Un beso,

    A.

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  2. Muchas gracias.... uyyyyyyyyy me hace tan bien leer esto! : )

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  3. Como siempre me encanta leer tus pensamientos ¡¡¡
    un abrazo Alma..

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