Vidas e Historias

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lunes, 31 de mayo de 2010

Ardid de vida



Cuando el reloj marcó las 6 de la mañana, toda la familia se despertó. Entusiastas, preparados desde hace muchos días para poder vivir estas ansiadas vacaciones. Conocer el Glaciar Perito Moreno era un sueño que estaba a punto de hacerse realidad.
Cargaron el auto con el equipaje, varias maletas considerando que era otoño y en el sur del país las temperaturas son muy bajas, ellos no dejarían nada librado al azar.
Felices, ansiosos, tomaron una de las rutas que marcaría el rumbo hacia su destino. La mañana estaba cargada con una niebla espesa, al igual que la ruta atestada de vehículos.
Rafaél, padre de familia y conductor del vehículo, iba muy atento a los cambios del tránsito y a cada situación que demandara todo su esmero.
Habían recorrido unos 120 kilómetros, cuando de la nada, una apocalíptica maniobra permitió que diez autos quedaran reducidos a un tren macabro de hierros retorcidos y gritos que se esparcían dolorosamente por aquel escenario Dantesco. Y de repente un silencio ensordecedor, presagiando la muerte.


Hacía meses que se veían, en la sala del hospital, a la espera de una noticia. Eran cinco mujeres, unidas por el dolor, por la esperanza, por el deseo de que un milagro cayera sobre sus vidas, como caen los frutos cuando están maduros. Se conocían demasiado, sus pesares, sus momentos felices, la llegada de sus hijos a este mundo, esos hijos que estaban conectados a aparatos torturantes, a la espera de un órgano, a la espera de la solidaridad que se desprende de la tragedia de otros seres humanos.
Cinco mujeres, fuertes como robles, inquebrantables, unidas por el destino, por una trama de mala suerte, o tal vez por una prueba que les ponía en el camino la vida.
Se sostenían mutuamente, el lazo que las unía tenía la apariencia de una red invencible, de un entramado de vigor, el bastión que solo empuña la maternidad.
¿Cuántos meses más pasarían? Todos los jóvenes se encontraban en emergencia nacional, estaban en igualdad de condiciones, sólo la fortuna tocaría con la varita mágica a quién sería el primero en salir de esa agonía interminable.



Las sirenas de los carros de bomberos, de las ambulancias iluminaban el escenario más pavoroso que se pudiera fabular. Pedidos de auxilio, gemidos, silencios ensordecedores, formaban parte de la escenografía de aquella fatal mañana.
En el auto Rafael yacía muerto sobre el volante, a su lado su esposa lanzaba el último suspiro , en la parte de atrás sus tres hijos, estaban aún con vida, el más pequeño lloraba desconsoladamente, cuando una enfermera lo alzó en sus brazos tratando de calmarlo.
Cargaron a los dos jóvenes que aún continuaban respirando en sendas ambulancias y el pequeño quedó bajo la protección de aquella enfermera anónima que amorosamente lo mecía.
La policía buscó datos entre los papeles de la guantera del vehículo, y así pudieron saber que se trataba de una familia oriunda de la ciudad de Córdoba. Inmediatamente se pusieron en comunicación con el hermano de Rafael, quien viajó para realizar los trámites, junto a su hermana. Ella se dirigió al hospital, dónde en sala de terapia luchaban por sus vida, los dos sobrinos de ella, de 16 y 18 años, de edad. Jóvenes hermosos, buenos estudiantes y amantes del tenis.

A las cinco mujeres, esa mañana se le agregó una más, que lloraba consternada, que no podía frenar la angustia que se desprendía de cada milímetro de su ser. Una de las mujeres se le acercó, simplemente le introdujo en el hueco de su mano la imagen de un santo, y sin decir palabras se alejó de ella.
En ese momento, un médico llamó a la señora que tenía en sus manos la estampita y le comunicó que ambos jóvenes estaban con muerte cerebral, y luego formuló la pregunta, directa sin rodeos, ¿tienen pensado donar los órganos?
Sara comenzó a temblar, su cuerpo perdía la poca entereza que le quedaba, apretó con fuerza la imagen de aquel Santo, y pensó en su hermano muerto, en esa familia destruida, en la fragilidad del ser humano.
Llamó a su hermano, y juntos determinaron que donarían los órganos, en un acto de amor y de recuerdo hacia lo que fueron en vida.
Las cinco mujeres, presenciaron ese momento, sin decir palabras. Sentían en su alma una mezcla de sentimientos contradictorios. Por un lado la realidad las enfrentaba al final de todos los finales de una hermosa familia, por el otro a un recomenzar en la vida de sus hijos, a una nueva oportunidad.
Como un imán que atrae a los metales, sin siquiera pensarlo, se encontraron abrazadas las 6 mujeres, entre lazos de lágrimas, de sueños, de singulares agradecimientos, en una red tejida, con hilos de destino.

Valeria

domingo, 16 de mayo de 2010

las perlas


Volvió del trabajo arrastrando su cuerpo, como un saco de huesos cansados. Subió uno a uno los escalones, abrió la puerta, se quitó el sobretodo y se recostó en el sofá. Cerró sus ojos, el departamento estaba frío como la mirada de los que ya no se aman. De repente en su mente sonaron como un lejano recuerdo las palabras de su madre “Es hora de que busques una compañera, la vida es mas grata de a dos”, se sonrió y prendió un cigarrillo.
Quedó envuelto en un sueño superficial, cuando una voz lo sacó del letargo “Amor ya es hora, las contracciones son cada cinco minutos” Dio un salto, se dirigió a la habitación y en la cama encontró recostada a una mujer blanca, como el camisón que vestía y como las perlas que llevaba en sus orejas.
Anda a la habitación de Lucía, y trae el bolso con la ropa para la bebé, le dijo. Mientras yo me visto, tenemos que llegar al hospital antes que terminemos siendo padres arriba del auto, terminó de decir sonriendo.
Franco se dirigió por el pasillo y advirtió que en el lugar que pertenecía a su estudio, colgaba de la puerta un cartel que decía “ Bienvenida Lucía”, entró a un mundo color de rosa, sobre una cuna adornada con ángeles vio el bolso y lo tomó, y se dirigió adonde estaba esa mujer.
Ernesto, le dijo ella, no te pongas nervioso, ya hicimos todo el curso pre parto y todo va a pasar rápidamente. Él se sentía mareado, llegó a pensar si había entrado en un departamento equivocado, tal vez en otra calle, o en otra ciudad, estaba tan cansado, que no podía coordinar sus vagos pensamientos.
Llegaron al hospital, el médico esperaba por ellos, rápidamente la llevaron a la sala de parto, le dieron a él un delantal verde, y sin poder razonar lo que pasaba, se encontró tomado de la mano de aquella mujer que mientras pujaba, le decía cuanto lo amaba.
De pronto algo sucedió, la mujer se desvaneció y los médicos comenzaron a movilizarse con cara de preocupación, hay que hacer una cesárea dijeron, y le pidieron al esposo que se retire del lugar.
En el pasillo del hospital, mientras esperaba una noticia, aún sin saber por que estaba viviendo aquella situación, Franco apoyó su cabeza sobre la pared y cerró su mente con un cerrojo de irrealidad.
Juan! lo despertó una voz, me enteré lo de tu padre, es una pena lo del accidente, pero cómo pudieron dejar que maneje a su edad, dijo en tono elevado una mujer de unos 60 años. Él no respondió, mi padre, Juan, Ernesto, su cabeza era un tsunami de palabras y voces desconocidas.
Sr Ernesto Suarez presentarse en sala de cirugía, llamó el altavoz, Franco hizo caso omiso a esa llamada, cuando una enfermera tomándolo del brazo le dijo, ¿señor no escucha que lo están llamando?
Se dirigió a la puerta del quirófano, y encontró al médico con una rigidez en el rostro, y con cara desconcertada le dijo: hicimos lo posible, pero no pudimos salvarlas, este aro de perla se le salió cuando la trasladábamos, por favor vaya a su casa, ubique a sus parientes para que lo ayuden en este terrible momento.
Franco tomó el aro, lo introdujo en su bolsillo, y salió del lugar embriagado de palabras que no entendía, de sentimientos que no conocía, perdido como quien sale a la mar sin una brújula.
Se internó en el paisaje urbano de la ciudad, entre hombres que dormían en la calle, prostitutas que vendían su cuerpo en las esquinas, con su mano metida en el bolsillo, acariciaba el aro de perla que el médico le había dado.
Llegó a su casa, volvió a acostarse en el sillón, a las pocas horas sonó el reloj despertador y se levantó para ir al trabajo. No sabía si había soñado, estaba cansado, tenso. ¿Adónde iría?
Tomó el periódico, y en primera plana, se sorprendió al leer la denuncia de mala praxis de una mujer que había ido a dar a luz y terminó falleciendo en el hospital.
Bebió el café de a sorbos, salió para el trabajo, con su mano derecha tocaba el aro que aún continuaba en el bolsillo de su sobretodo.
Cuando entró al Banco dónde trabajaba, una compañera le dijo:¡ Pablo que cara!, ¿estás enfermo? él la miró y no contestó. Ella continuó, acompañame, quiero presentarte a una nueva compañera, se llama Ana, trabajará como ayudante en tu oficina.
Sentado detrás de su escritorio, miraba su agenda cuando Ana entró. La miró, era una mujer hermosa, de figura estilizada, traje color azul, llevaba el pelo recogido, y en sus orejas, un solo aro de perla.


Texto: valeria Vergara
dibujo: valeria vergara

domingo, 9 de mayo de 2010

miércoles, 5 de mayo de 2010

Mi primer dibujo


Estoy estudiando en un taller de dibujo y pintura, este es mi primer dibujo, aunque simple estoy orgullosa y quería compartirlo...

lunes, 3 de mayo de 2010

sábado, 1 de mayo de 2010

Soñar con los pies


Cuando se despertó, sabía que estaba muerta. Su cerebro enviaba órdenes, pero su cuerpo con una rebeldía audaz, se negaba a obedecer los mandatos. Tenía sed, su visión era confusa, los músculos de la cara se movía al ritmo de una sinfonía descabellada.
Intentó gritar, pero su voz se ahogaba en su garganta, notó que a su alrededor, un sin fin de cables al conectaban a aparatos médicos que ella desconocía. Trató de tranquilizarse, pero fue inútil, sintió terror y demasiada soledad.

Eran las 6 de la mañana, como todos los días Matilda se despertó temprano, para preparar el desayuno de sus hijos y de su esposo. Se dio una ducha, untó su cara en cremas, se sintió fresca, vital. Bajó las escaleras que la separaban de la parte inferior de su casa, y comenzó con la rutina de cada día, la sabía de memoria.
Preparar tostadas, buscar el cereal para sus niños, calentar el café, verificar que cada uniforme estuviera planchado y listo para ser lucido por sus hijos. De reojo miró el traje de su esposo, había decidido que esa corbata a rayas le quedaría perfecta con su camisa blanca y su traje gris topo.
Miró por la ventana, sabiendo que en pocos minutos su casa quedaría vacía, los niños a la escuela, su esposo al estudio de abogados, y ella a realizar las tareas que diariamente la esperaban.
Había renunciado al casarse a realizarse profesionalmente, prefirió dedicar su vida a la casa, a sus hijos, aunque nunca olvidó su sueño de ser bailarina clásica a nivel profesional, pero siempre se decía, en la vida se gana y se pierde.
Pronto escuchó, que su compañero bajaba la escalera, buenos días amor le dijo apenas rozándole la mejilla, tomó su café apresuradamente, se conecto a su computadora, leyó los periódicos con las noticias del día, mientras ella lo observaba desde la distancia, sintiéndose en cierta manera ignorada.
Subió a la habitación de los niños, y con ternura los despertó, abrió la ventana, dejó que un rayo de luz les hiciera cosquillas en los ojos y acompañada de dulces palabras les dio los buenos días. Los ayudó a vestirse, peinó a la nena, atándole dos hermosas trenzas, como en su tiempo hacía con ella su propia madre. Ayudo al niño más pequeño a atar loscordones de sus zapatos y lo invitó a desayunar.
Mientras desayunaban los miraba, se maravillaba al ver como cada día crecían, se los veía felices.
A unos metros de la cocina, en su estudio, el padre no estaba advertido de la presencia de aquel instante cotidiano pero mágico e irrepetible. Las cosas de su profesión abrían una brecha cada vez más amplia entre su familia y sus responsabilidades.
Cuando estuvieron listos, subieron al auto, saludaron a Matilda y se fueron sin mirar atrás.

Matilda ordenó la cocina, perdiéndose en sus pensamientos, puso a lavar la ropa, regó el jardín y subió la escalera para ordenar los cuartos, su pie se dobló y cayó rodando hasta dar contra el piso, luego sus recuerdos y su conciencia se fueron debilitando hasta caer en un profundo sueño.
Pasaron las horas, y ella continuaba sumergida en esa pesadilla que no la dejaba moverse. Cerca del mediodía, cuando regresaron a casa, en busca de su almuerzo, los niños junto a su padre, se encontraron con un terrible cuadro. Un charco de sangre en el piso, y los cabellos rubios de Matilda, mojados y teñidos, la palidez de su rostro era humillante, gritaron, pero fue en vano, ella no respondió.

A los pocos minutos, estaba en la guardia del Sanatorio San José, luego de varios estudios, el médico neurólogo llamó al esposo y dijo las palabras más impresionantes y paralizantes que alguien pudo escuchar.
Su señora sufrió fractura de vértebra cervical, pasaron muchas horas, ya no hay nada que hacer, la médula se lesionó y el diagnóstico es una cuadriplegia irreversible.
Francisco, el esposo de Matilda se sintió morir. Cómo haría para decirle a su esposa que ya no volvería a ser la de antes. ¿Y los niños? cómo comprenderían que la que hasta esa mañana había sido todo para ellos, ahora no se podía valer por sus propios medios. Lloró desenfrenadamente, cuando estuvo más tranquilo, le pidió al médico que lo ayudara a dar la noticia a su esposa.

Ella escuchó sin decir palabras, cerró sus ojos y se imaginó bailando “El baile de los Cisnes”, dejó que su cuerpo volara, que sus pies se elevaran del suelo, que sus brazos acariciaran la brisa, vio la puerta de la habitación abierta, y se escapó de la vida para siempre.


Autora: Valeria Vergara