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sábado, 1 de mayo de 2010

Soñar con los pies


Cuando se despertó, sabía que estaba muerta. Su cerebro enviaba órdenes, pero su cuerpo con una rebeldía audaz, se negaba a obedecer los mandatos. Tenía sed, su visión era confusa, los músculos de la cara se movía al ritmo de una sinfonía descabellada.
Intentó gritar, pero su voz se ahogaba en su garganta, notó que a su alrededor, un sin fin de cables al conectaban a aparatos médicos que ella desconocía. Trató de tranquilizarse, pero fue inútil, sintió terror y demasiada soledad.

Eran las 6 de la mañana, como todos los días Matilda se despertó temprano, para preparar el desayuno de sus hijos y de su esposo. Se dio una ducha, untó su cara en cremas, se sintió fresca, vital. Bajó las escaleras que la separaban de la parte inferior de su casa, y comenzó con la rutina de cada día, la sabía de memoria.
Preparar tostadas, buscar el cereal para sus niños, calentar el café, verificar que cada uniforme estuviera planchado y listo para ser lucido por sus hijos. De reojo miró el traje de su esposo, había decidido que esa corbata a rayas le quedaría perfecta con su camisa blanca y su traje gris topo.
Miró por la ventana, sabiendo que en pocos minutos su casa quedaría vacía, los niños a la escuela, su esposo al estudio de abogados, y ella a realizar las tareas que diariamente la esperaban.
Había renunciado al casarse a realizarse profesionalmente, prefirió dedicar su vida a la casa, a sus hijos, aunque nunca olvidó su sueño de ser bailarina clásica a nivel profesional, pero siempre se decía, en la vida se gana y se pierde.
Pronto escuchó, que su compañero bajaba la escalera, buenos días amor le dijo apenas rozándole la mejilla, tomó su café apresuradamente, se conecto a su computadora, leyó los periódicos con las noticias del día, mientras ella lo observaba desde la distancia, sintiéndose en cierta manera ignorada.
Subió a la habitación de los niños, y con ternura los despertó, abrió la ventana, dejó que un rayo de luz les hiciera cosquillas en los ojos y acompañada de dulces palabras les dio los buenos días. Los ayudó a vestirse, peinó a la nena, atándole dos hermosas trenzas, como en su tiempo hacía con ella su propia madre. Ayudo al niño más pequeño a atar loscordones de sus zapatos y lo invitó a desayunar.
Mientras desayunaban los miraba, se maravillaba al ver como cada día crecían, se los veía felices.
A unos metros de la cocina, en su estudio, el padre no estaba advertido de la presencia de aquel instante cotidiano pero mágico e irrepetible. Las cosas de su profesión abrían una brecha cada vez más amplia entre su familia y sus responsabilidades.
Cuando estuvieron listos, subieron al auto, saludaron a Matilda y se fueron sin mirar atrás.

Matilda ordenó la cocina, perdiéndose en sus pensamientos, puso a lavar la ropa, regó el jardín y subió la escalera para ordenar los cuartos, su pie se dobló y cayó rodando hasta dar contra el piso, luego sus recuerdos y su conciencia se fueron debilitando hasta caer en un profundo sueño.
Pasaron las horas, y ella continuaba sumergida en esa pesadilla que no la dejaba moverse. Cerca del mediodía, cuando regresaron a casa, en busca de su almuerzo, los niños junto a su padre, se encontraron con un terrible cuadro. Un charco de sangre en el piso, y los cabellos rubios de Matilda, mojados y teñidos, la palidez de su rostro era humillante, gritaron, pero fue en vano, ella no respondió.

A los pocos minutos, estaba en la guardia del Sanatorio San José, luego de varios estudios, el médico neurólogo llamó al esposo y dijo las palabras más impresionantes y paralizantes que alguien pudo escuchar.
Su señora sufrió fractura de vértebra cervical, pasaron muchas horas, ya no hay nada que hacer, la médula se lesionó y el diagnóstico es una cuadriplegia irreversible.
Francisco, el esposo de Matilda se sintió morir. Cómo haría para decirle a su esposa que ya no volvería a ser la de antes. ¿Y los niños? cómo comprenderían que la que hasta esa mañana había sido todo para ellos, ahora no se podía valer por sus propios medios. Lloró desenfrenadamente, cuando estuvo más tranquilo, le pidió al médico que lo ayudara a dar la noticia a su esposa.

Ella escuchó sin decir palabras, cerró sus ojos y se imaginó bailando “El baile de los Cisnes”, dejó que su cuerpo volara, que sus pies se elevaran del suelo, que sus brazos acariciaran la brisa, vio la puerta de la habitación abierta, y se escapó de la vida para siempre.


Autora: Valeria Vergara

4 comentarios:

  1. Un relato precioso y conmovedor a la vez que triste, refleja un monton de sentimientos humanos.
    Enohabuena Valeria.
    Besos Angel.

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  2. Muchas gracias, me alegraque te haya gustado!!!!

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  3. Valeria Alma Mia un gusto leer este relato
    El drama de todos los dias se transforma en un instante en un suplicio y tambien en la oportunidad de escapar de ese mundo cotidiano que suele cercenar las alas. Relato sencillo y claro que transfiere al lector todo el sentimiento de esa vida.
    Un abrazo.

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  4. Muchas gracias Antonio, me alegra que te guste!!!!

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