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domingo, 16 de mayo de 2010

las perlas


Volvió del trabajo arrastrando su cuerpo, como un saco de huesos cansados. Subió uno a uno los escalones, abrió la puerta, se quitó el sobretodo y se recostó en el sofá. Cerró sus ojos, el departamento estaba frío como la mirada de los que ya no se aman. De repente en su mente sonaron como un lejano recuerdo las palabras de su madre “Es hora de que busques una compañera, la vida es mas grata de a dos”, se sonrió y prendió un cigarrillo.
Quedó envuelto en un sueño superficial, cuando una voz lo sacó del letargo “Amor ya es hora, las contracciones son cada cinco minutos” Dio un salto, se dirigió a la habitación y en la cama encontró recostada a una mujer blanca, como el camisón que vestía y como las perlas que llevaba en sus orejas.
Anda a la habitación de Lucía, y trae el bolso con la ropa para la bebé, le dijo. Mientras yo me visto, tenemos que llegar al hospital antes que terminemos siendo padres arriba del auto, terminó de decir sonriendo.
Franco se dirigió por el pasillo y advirtió que en el lugar que pertenecía a su estudio, colgaba de la puerta un cartel que decía “ Bienvenida Lucía”, entró a un mundo color de rosa, sobre una cuna adornada con ángeles vio el bolso y lo tomó, y se dirigió adonde estaba esa mujer.
Ernesto, le dijo ella, no te pongas nervioso, ya hicimos todo el curso pre parto y todo va a pasar rápidamente. Él se sentía mareado, llegó a pensar si había entrado en un departamento equivocado, tal vez en otra calle, o en otra ciudad, estaba tan cansado, que no podía coordinar sus vagos pensamientos.
Llegaron al hospital, el médico esperaba por ellos, rápidamente la llevaron a la sala de parto, le dieron a él un delantal verde, y sin poder razonar lo que pasaba, se encontró tomado de la mano de aquella mujer que mientras pujaba, le decía cuanto lo amaba.
De pronto algo sucedió, la mujer se desvaneció y los médicos comenzaron a movilizarse con cara de preocupación, hay que hacer una cesárea dijeron, y le pidieron al esposo que se retire del lugar.
En el pasillo del hospital, mientras esperaba una noticia, aún sin saber por que estaba viviendo aquella situación, Franco apoyó su cabeza sobre la pared y cerró su mente con un cerrojo de irrealidad.
Juan! lo despertó una voz, me enteré lo de tu padre, es una pena lo del accidente, pero cómo pudieron dejar que maneje a su edad, dijo en tono elevado una mujer de unos 60 años. Él no respondió, mi padre, Juan, Ernesto, su cabeza era un tsunami de palabras y voces desconocidas.
Sr Ernesto Suarez presentarse en sala de cirugía, llamó el altavoz, Franco hizo caso omiso a esa llamada, cuando una enfermera tomándolo del brazo le dijo, ¿señor no escucha que lo están llamando?
Se dirigió a la puerta del quirófano, y encontró al médico con una rigidez en el rostro, y con cara desconcertada le dijo: hicimos lo posible, pero no pudimos salvarlas, este aro de perla se le salió cuando la trasladábamos, por favor vaya a su casa, ubique a sus parientes para que lo ayuden en este terrible momento.
Franco tomó el aro, lo introdujo en su bolsillo, y salió del lugar embriagado de palabras que no entendía, de sentimientos que no conocía, perdido como quien sale a la mar sin una brújula.
Se internó en el paisaje urbano de la ciudad, entre hombres que dormían en la calle, prostitutas que vendían su cuerpo en las esquinas, con su mano metida en el bolsillo, acariciaba el aro de perla que el médico le había dado.
Llegó a su casa, volvió a acostarse en el sillón, a las pocas horas sonó el reloj despertador y se levantó para ir al trabajo. No sabía si había soñado, estaba cansado, tenso. ¿Adónde iría?
Tomó el periódico, y en primera plana, se sorprendió al leer la denuncia de mala praxis de una mujer que había ido a dar a luz y terminó falleciendo en el hospital.
Bebió el café de a sorbos, salió para el trabajo, con su mano derecha tocaba el aro que aún continuaba en el bolsillo de su sobretodo.
Cuando entró al Banco dónde trabajaba, una compañera le dijo:¡ Pablo que cara!, ¿estás enfermo? él la miró y no contestó. Ella continuó, acompañame, quiero presentarte a una nueva compañera, se llama Ana, trabajará como ayudante en tu oficina.
Sentado detrás de su escritorio, miraba su agenda cuando Ana entró. La miró, era una mujer hermosa, de figura estilizada, traje color azul, llevaba el pelo recogido, y en sus orejas, un solo aro de perla.


Texto: valeria Vergara
dibujo: valeria vergara

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